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Mas allá de la "España Vaciada"

04 Marzo 2020
Mas allá de la

Con el devenir de la historia las sociedades humanas han ido experimentando cambios que, observados desde la perspectiva de los factores con mayor incidencia, ha permitido a pensadores dividir la evolución de la humanidad en eras u olas civilizadoras. Alvin Toffler[1] vincula la primera de ellas a la tierra con una actividad basada en su cultivo y la extracción de productos a través de la agricultura, que ha durado milenios, su actividad persiste actualmente y propició la fijación de la población en el territorio mediante asentamientos humanos en la rivera de los ríos y valles feraces.

 Una segunda ola sería la surgida hace unos trescientos años en torno a las aportaciones científicas del físico, teólogo, inventor, alquimistas y matemático inglés de del siglo XVII, Isaac Newton. Trajo la máquina de vapor y el comienzo de las primeras fábricas. Sus efectos en la movilidad poblacional fue el inicio del desplazamiento de los campesinos a las ciudades, trajo consigo la aparición de las ideas de progreso y derechos individuales. Con ella vino una fuerte pugna entre los terratenientes detentadores de la tierra, anclados en la civilización agraria y los grupos industriales y comerciales surgidos en la civilización industrial, que atraían la mano de obra campesina hacia sus talleres y fábricas instalados en las ciudades. Esta confrontación se decantaría por la subordinación de la civilización agraria a la industrial.

Con la llegada de la tercera ola todo cambia. Irrumpen nuevos modos de crear riqueza y explotar conocimientos a través de las tecnologías de la información, representadas por el ordenador, al que en la actualidad el teléfono móvil le va ganando terreno como símbolo. Se va abandonando la cultura de la civilización industrial y se abre paso un caudaloso flujo de ideas que modifican sustancialmente los valores existentes. La estructura de la sociedad cambia y la nueva complejidad demanda un intercambio constante de información. A consecuencia de todo ello aumenta la ‘aceleración del cambio’, la mano de obra y otros recursos se vuelven menos dependientes de sus  asociados de la primera y segunda ola y se excluyen los actores con dificultades para adaptarse. Trae una mayor movilidad y, a quienes tienen la formación para ello, abre oportunidades para cambios laborales y de residencia.

Pero no todos los territorios han asimilado este proceso de igual modo ni a igual velocidad, dándose la circunstancia que existen espacios donde están vigentes los efectos de las tres olas en una u otra proporción.

La tercera ola ha favorecido el fenómeno de la globalización con redes que unen, por encima de las naciones y las separan por dentro[2]. Las sociedades profundizan su brecha de dualización entre el mundo urbano y el rural, aflorando una élite cosmopolita, metropolitana, bien formada, con altas retribuciones y las capas territorializadas de la sociedad, con menos formación (y, cuando con retraso la adquieren, la demanda se ha esfumado), empleos poco remunerados y en muchos casos marginados en sus necesidades e intereses. Que no solo ha supuesto una frustración en expectativas de ascenso social, si no un retroceso en la escala. Si a todo ello se le une las diferencias entre regiones, los elementos para la indignación están servidos.

Este podría ser el caso de los espacios locales, rurales y despoblados, en los que existen una amplia presencia de actividad agro-pecuaria tradicionalmente menos proclives a la asimilación de cambios, que, actualmente, a pesar de su dificultad, comienzan e exhibir factores que les hace referentes de mejor calidad de vida y polo de atracción para muchas personas. En estos espacios conviven con normalidad los efectos de las tres olas, que unido a sus valores tradicionales, están iniciando un proceso de resurgimiento y comienzan a abrirse paso como modelos de éxito para una mejor calidad de vida en convivencia. Pero solos no podrán, requieren, mayor comprensión de las élites urbanas e ilustradas, que observan el fenómeno con cierto desapego emocional; la atención necesaria de las administraciones  y de una solidaridad interterritorial que es poco del agrado de los nacionalismos excluyentes.

Estos espacios transcienden su naturaleza territorial y son entornos fluctuantes de capacidades, valores y poderes económicos, políticos, ecológicos, tecnológicos, sociales, culturales y cognitivos, e incluso morales, con un amplio recorrido en el despliegue de sus potencialidades, articulados en el marco sistémico del Estado-nación. Con proyección hacia realidades análogas en el ámbito nacional, europeo, internacional e incluso global, en cuya relación estas realidades emergentes encuentran un fortalecimiento y reafirmación recíprocos.

Una singularidad destacada es que sus moradores están impregnados de un sentimiento, un carácter, una forma de ver la vida, de pensar y de relacionarse con los demás y con el entorno natural, que conforma un estilo de vida propio configurador de una totalidad diferente y específica, caracterizada por la limpieza, autenticidad, honestidad y el equilibrio, con el denominador común de compartir el sentimiento de estar desatendidos en su peculiaridad.

Estas realidades son consecuencia directa de la evolución de la humanidad tras el paso de las eras civilizadoras que le han precedido, donde ni los vestigios de la era agrícola ni los de la era industrial se han perdido y los de la tercera ola se implantan sin dificultad. A ello se le une el ‘hastío civilizador’  de los excesos de todo tipo en las conurbaciones, metrópolis y grandes ciudades que podrían estar dando paso a un proceso inverso al que tuvo lugar durante la sociedad industrial y, llegado este momento, con la necesidad de revertir los efectos de la desindustrialización. Proceso reequilibrador en definitiva, con tendencia a la configuración de un hábitat de dimensiones y entornos más próximos, practicables e idóneos para la condición de ser humano de los sujetos que los ocupan, marcando la tendencia de un futuro ideal y posible de la sociedad, asentada en territorios con comunidades locales ajenas a la vida en las grandes ciudades[3]. Estarían emitiendo un mensaje que bien podría estar sintetizado en la frase, “regresar para progresar”[4] que para ser una realidad exige políticas directamente comprometidas con la recuperación de esos espacios y con la integración territorial y social de España, en definitiva, su vertebración.

A esta tendencia se unen, reforzándola, otras realidades preexistentes que convergen, con denominaciones diversas tales como medio o entorno rural[5], desarrollo rural y local[6], o ruralidad[7], y más recientemente, espacios demográficamente deprimidos, abandonados o vacíos, conceptos todos ellos no siempre pacíficos que tendrían sus exponentes más representativos en movimientos como el de la “España vaciada”, constituida por entornos de escasa distribución de población, con predominio de áreas no construidas y demográficamente deprimidas, donde el suelo suele utilizarse para la agricultura, la ganadería y la ocupación forestal.  En ellas también ha hecho sus estragos los efectos de la economía digital a pesar de que las tecnologías de la información son un instrumento clave para su redención, toda vez que la revolución digital está produciendo una concentración de crecimiento económico en nodos muy concretos (clusters).

Para Manuel Muñiz, este es un fenómeno no previsto, que ha venido a enmendar la plana a la idea, muy extendida, que consideraba que la economía digital desharía los efectos de la geografía al determinar la localización de los procesos productivos e innovación, en una especie de aplanamiento del mundo. Como consecuencia de ello, se produce una concentración de talento asociado a la economía digital en ciertos polos y, simultáneamente, priva de talento al resto de la geografía y, en ocasiones, contribuye a la despoblación.

Parece ser que el fenómeno de concentración cognitiva se debería a lo que se denomina como 'conocimiento tácito' o implícito, constituido por hábitos y aspectos culturales poseídos en el contexto de una actividad humana, incluso organizada, de contenido práctico y desarrollado desde la experiencia y la acción, generalmente disperso, muy pragmático y específico de una situación concreta, difícil de articular, aplicado cuasi inconscientemente, y generalmente compartido a través de experiencias comunes o conversaciones interactivas. Al no ser total o parcialmente explicable por su dificultad para realizarlo y en consecuencia, transmitirlo, impide su comunicación a través de las redes digitales[8]. Esta denominación suele aplicarse a prácticas y procesos industriales concretos,  para los que se requieren unos conocimientos técnicos muy específicos que solo adquieren su valor cuando se intercambian en determinados entornos interdisciplinares. Todo ello, llevado al ámbito geográfico produce una acumulación y concentración de talento en solo algunos lugares que incide en los procesos de transferencia tecnológica y emprendimiento, lleva a la creación de startups y también concentra la creación de empleo de calidad, generalmente relacionado con las tecnologías.[9]

El fenómeno resulta de especial interés en la política del siglo XXI, en la que resulta determinante los efectos que produce la segregación de territorios entre entornos urbanos y prósperos, y los espacios rurales, locales y despoblados, sin oportunidades económicas, cuyas consecuencias se dejan sentir además de en los aspectos electorales (Trump o Brexit), en la generación de una fuerte competencia, nacional e internacional, por la captura y concentración del talento digital, con directa incidencia en la ‘fuga de cerebros’[10] que tiene como producto derivado el impacto geoeconómico procedente de la concentración de productividad y competitividad en un número muy reducido de corporaciones globales, obviamente alejadas de los territorios de la ‘España intermedia’.

Todas estas categorías integran una realidad humana propia que tienen entornos difusos, con el denominador común de ser espacios situados fuera de las grandes ciudades, sufrir  cierta desatención precisamente por esa circunstancia y configurar un gran concepto territorial, cívico y humano, superador de cada uno de sus integrantes, que engloba a una gran mayoría del territorio patrio y sus habitantes, entre los que sigue muy presente la actividad agro-pecuaria.

En cada uno de ellos y en el conjunto, tienen lugar unas dinámicas particulares que van más allá de la dimensión geográfica e incluye todo un tejido económico, cultural y social con actividades muy diversas. Y, desde hace ya algún tiempo, parece estar germinando una dinámica también política, particularizada, actualmente dispersa en un casi centenar de asociaciones y grupos, que ha logrado su expresión más visible y reciente a través de la Agrupación de Electores denominada ‘Teruel Existe’, que ha logrado en las elecciones del 10-N, estar presente en el Congreso con un Diputado y, en el Senado con dos Senadores y podría ser la punta del iceberg de un movimiento de mayor calado político-reivindicativo, al que tal vez convenga prestar atención en los próximos tiempos y propiciar su unidad ante el riesgo de que surja un ‘neocantonalismo’ provincial reforzado por los movimientos reivindicativos de los agricultores en diversas zonas de España.

Este nuevo entorno perfila el auge de comunidades locales a la media del hombre, donde éste puede vivir y desarrollarse en armónica combinación con la naturaleza circundante, dándose la circunstancia que, según el INE el 60% de la población española vive en municipios de menos de 100.000 habitantes y ocupa una parte muy considerable del territorio nacional, lo que les hace configuradores del ‘ethos’ y ‘coreland’ patrio, donde se siente el ‘latido de la tierra’,  verdaderamente representativo de la realidad española, con propensión a un crecimiento equilibrador con respecto a las metrópolis, grandes ciudades y áreas privilegiadas.

Todo ello es una buena noticia para las sociedades locales que mantengan su vinculación con la vida rural o entornos naturales,  que padezcan despoblación y tengan la voluntad de favorecer las condiciones necesarias para confirmar e incrementar la tendencia indicada. Y podría ser el preludio de un gran movimiento municipalista y agrario, en el que Ayuntamientos y Diputaciones, con el apoyo de las administraciones autonómicas, central y europea promuevan, lideren y faciliten el resurgimiento y desarrollo de estos territorios, por imperativo estratégico urgente y obligación moral ineludible. Con la oportunidad que brindan los nuevos tiempos podríamos estar asistiendo a los prolegómenos de un monumental e histórico acto de justicia y reparación del mundo rural y local. Aunque la tarea es ingente, el reto lo merece.

 


[1] “La tercera ola”, “El cambio del poder”, “Las guerras del futuro” y la “Creación de una nueva civilización”, Alvin y Heidi Toffler, Edit. Plaza & Janes, Barcelona 1.980 ,1.990 ,1.994 y 1.995.

[2] Emilio Lamo de Espinosa “La indignación no encuentra respuesta”, EL PAIS, Ideas, 1 de marzo de 2020.

[3] “No society. El fin de la clase media occidental”, Christophe Guilluy, Edit. Taurus, Madrid, 2019.

[4] Frase utilizada por Manuel Oliete Nicolás, en ‘Charlas informales’, Madrid, 2019, para referirse al retorno a las zonas locales, rurales y vacías, en la España actual.

[5] Según B. Kayser, entorno rural es un conjunto territorial en el que se da una particular utilización del espacio, el tiempo, la vida social. Cuyas decisiones se le escapan, caracterizado por una baja densidad poblacional y constructiva, con predominio de paisajes vegetales, donde el suelo tiene un uso económico mediante actividades predominantemente agro-silvo-pastoriles y el modo de vida de sus habitantes viene determinado por su pertenencia a colectividades de tamaño limitado, en las que se da un estrecho conocimiento personal, con fuertes lazos sociales y una particular relación con el espacio. Todo ello favorece un entendimiento directo y vivencial con el medio ecológico, con una identidad y representación muy relacionada con la cultura campesina.

[6] Según J. Quintana, A. Cazorla y J. Merino, Actualmente el ‘desarrollo rural’ no hace referencia únicamente a los aspectos estrictamente económicos, sino que intervienen numerosos parámetros configuradores de la calidad de vida y bienestar social desde una perspectiva integral, que incluye la dimensión participativa.

Respecto al ‘desarrollo rural’ al igual que con respecto a los criterios para determinar la ‘ruralidad’ también hay diversidad de opiniones.

En la Unión Europea las iniciativas de desarrollo rural buscan combatir la despoblación mediante la búsqueda de nuevas funciones. En este entorno se entiende por desarrollo rural el proceso de revitalización equilibrado y autosostenible del mundo rural basado en su potencial económico, social y medioambiental mediante una política regional y una aplicación integrada de medidas con base territorial por parte de organizaciones participativas.

Otra definición es la que considera al desarrollo rural como un proceso de crecimiento económico y cambio estructural para mejorar las condiciones de vida de la población local que habita un espacio, bajo la triple perspectiva que caracteriza al desarrollo como endógeno, integrado y local (Márquez Fernández).

O, la posición de J. Izquierdo Valina que entiende por desarrollo local se entiende, el método que pretende la evolución del territorio por medio de un proceso de movilización de recursos endógenos al servicio de la promoción social y personal de la comunidad local.

[7] Para Carlos Cortés Sámper, ruralidad sería la característica que permitiría definir un conjunto de factores que determinan que se pueda hablar de espacios rurales por sus rasgos diferenciadores en contraposición con los espacios o entornos urbanos.

El concepto de ruralidad suele utilizarse para medir la mayor o menor caracterización del espacio como rural que, debido a su heterogeneidad, requiere la utilización de indicadores poblacionales, económicos, de bienestar social y equidad o de medio ambiente, que proporcionen información sobre aspectos demográficos y socioeconómicos. Con todo ello, se puede delimitar entre áreas propiamente urbanas y las que van adquiriendo progresivamente características de lo rural, hasta llegar a zonas donde la preponderancia rural es máxima y, en principio, el aislamiento y sus problemas derivados son predominantes.

El concepto de ruralidad y su alcance, no es pacífico. En la Unión Europea no existe consenso entre lo que es o no rural, pues mientras que para Alemania, España, Francia, Irlanda o Italia, el factor principal para definir un espacio como rural es la población, en otros como Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo y Holanda, es el desarrollo territorial.

[9] Manuel Muñiz, “Tecnología y orden global”, revista de Política Exterior, enero-febrero 2020.

[10] Manuel Muñiz, op. cit.

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