En nombre de Sanz Briz, el español que salvó a 5.000 judíos del Holocausto


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En nombre de Sanz Briz, el español que salvó a 5.000 judíos del Holocausto

08 Febrero 2021
En nombre de Sanz Briz, el español que salvó a 5.000 judíos del Holocausto - Fundación España Eficiente y Global

 Las autoridades húngaras honraron al español esta semana dedicando una avenida en Budapest con su nombre.

El diplomático español se volcó en salvar al mayor número de judíos expediendo pasaportes con el conocimiento del gobierno de Franco.

Israel quiso otorgarle el título de Justo entre las Naciones en 1966 pero tuvo que rehusar por orden del régimen franquista, que no mantenía relaciones con el estado israelí.

Cuando el embajador español ante la Santa Sede, Ángel Sanz Briz, falleció en Roma en 1980, el gobierno español repatrió el cadáver con todos los honores que merecía el veterano diplomático en servicio desde antes de la Segunda Guerra Mundial, después de una carrera brillante. Los periódicos recogieron en las necrológicas la gran trayectoria y su servicio al estado: El Cairo, Berna, Amsterdam, Pekín, Roma. Pero nadie que consulte la hemeroteca encontrará en esas líneas el reconocimiento a la que fue la heroica labor humanitaria que desempeñó en las convulsas calles de Budapest en 1944.

Eran los últimos estertores del Tercer Reich, cuando la furia por aplicar la Solución Final antes de que todo acabara, alcanzó a todos los rincones de los países que controlaba directa o indirectamente la Alemania nazi. Las notas de prensa en España sencillamente ignoraron el acontecimiento fundamental de su carrera: Briz, que ejercía como encargado de Negocios y jefe de la legación española -que no embajada- en Budapest salvó a más de 5.000 judíos del Holocausto expediendo pasaportes y salvoconductos con el sello y conocimiento del gobierno español que les permitieron salir del país y esquivar la industria de exterminio de masas nazi.

Este viernes, las autoridades húngaras le han homenajeado otorgándole una calle y un monolito con su nombre, un reconocimiento que se añade a la placa en el patio de la Sinagoga de Budapest que ya compartía junto a otros integrantes diplomáticos que salvaron a judíos, con el sueco Raoul Wallenberg a la cabeza. En su nombre, sus hijos y nietos, emocionados y orgullos, acudieron al acto. Exactamente igual que 30 años antes, en 1989, cuando el Yad Vashem, la máxima institución de Israel encargada de la memoria del Holocasuto le honró con el título de Justo entre las Naciones, el más elevado honor que conceden los israelíes a un no judío. Entonces fue su viuda, Adela Quijano, la que lo recibió en su nombre.

Ángel Sanz Briz nunca disfrutó del reconocimiento público y oficial por su labor humanitaria al frente de la legación española en Budapest en 1944 y no lo fue no porque no fueran conocida. Briz no sólo no recibió ningún homenaje en vida, sino que tuvo que rechazarlo.

Fue en 1966, cuando mientras ejercía de embajador español en Amsterdam el gobierno israelí contactó con él después de que la organización Yad Vashem recabara la información de muchos de aquellos hombres y mujeres que salvaron su vida gracias al diplomático español y comprobara que fueron los pasaportes españoles expedidos por Briz los que les salvaron de una muerte segura. "Nos enteramos hace apenas seis meses" relata una de sus hijas, Ángela Sanz Briz, en la casa de su hermana mayor Pilar, en el céntrico barrio de Salamanca madrileño: "Nuestro padre no habló demasiado de ello, recibió el mensaje de los israelíes, lo comunicó a Madrid como era su obligación y obtuvo una respuesta negativa. Tampoco era amigo de excesivos reconocimientos".

¿Por qué el régimen que había autorizado al diplomático a a actuar en favor de los judíos rechazaba el ofrecimiento? "Franco no tenía relaciones diplomáticas con Israel, el asunto judío en España era tabú, las alianzas con los países árabes una de las líneas maestras de la política exterior franquista", matiza José García-Bañón diplomático y embajador y yerno de Sanz Briz. La historia del zaragozano era conocida y estaba probada por miles de testimonios y documentos, el título que le ofrecían era el más elevado del gobierno de Israel para ciudadanos extranjeros pero desde El Pardo fueron tajantes: no querían saber nada de trato con judíos. "Nuestro padre siempre fue un fiel servidor del estado al que representaba" explica Ángela, "es una historia que siempre estuvo en nuestras vidas, lo que supuso salvar aquellos judíos pero tampoco alardeaba de ello en público. Recibió una orden y la acató".

A Briz le hurtó el reconocimiento en vida el mismo régimen que en realidad le permitió su labor, que la impulsó, según las investigaciones del escritor y periodista Arcadi Espada recogidas en su obra En nombre de Franco, que una parte de los miembros de la familia cuestiona en algunas de sus conclusiones. A punto de cumplirse 40 años desde la muerte del dictador, la política exterior de España durante la Segunda Guerra Mundial y la ambivalente neutralidad en la guerra, la amistad con los nazis, las deudas de la Guerra Civil, la ayuda con los voluntarios de la División Azul, y el posterior viraje hacia los aliados, sigue siendo materia de extraordinaria controversia entre los historiadores especialistas en el periodo.

Hay algunas certezas, ciertas dudas y sobre todo múltiples interpretaciones. Franco asistió al Tercer Reich durante casi toda la guerra de una forma u otra: con recursos y materias primas -algunas en concepto de factura por la ayuda prestada por Hitler al bando nacional durante la Guerra Civil- además de los voluntarios de la División Azul, que lucharon en el Frente Este contra la URSS hasta 1944. Pero no fueron las únicas, desde Madrid se facilitó a menudo información obtenida de los aliados, se colaboró con la Gestapo y se agasajó a sus jerifaltes, como a Heinrich Himmler durante su visita a España. Una neutralidad que estaba repleta de soflamas y propaganda pronazi, especialmente durante el periodo en el ministerio de Exteriores de Serrano Suñer.

No obstante, el contacto con británicos y franceses y después con estadounidenses nunca se abandonó y se hizo cada vez más frecuente según avanzaba la guerra y la derrota del Tercer Reich se hacía evidente. En este contexto la posición de Ángel Sanz Briz, que tan sólo contaba con 34 años entonces, era extremadamente delicada, como recalca José García-Bañón. "Representaba a un país que mantenía buena relaciones con los nazis, a pesar de que éstas fueran en declive. Debía guardar un difícil equilibrio cuando en octubre de 1944 se depuso a Miklos Horthy por un gobierno nazi húngaro y la violencia y persecución contra los judíos se hizo dramática".

Briz envió telegramas a España alertando de la desesperada situación de los judíos en Budapest. Sin duda, el encargado de negocios de la legación española, máxima autoridad en ausencia del embajador, no podía emitir por su cuenta y riesgo documentos como pasaportes, salvoconductos o laissez-passé sin el conocimiento de las autoridades franquistas. Briz obtuvo permiso a regañadientes, según su hija Ángela, y se organizó en base a un antiguo decreto del Gobierno de Primo de Rivera de 20 de diciembre de 1924 que reconocía como españoles a los descendientes de los sefardíes españoles expulsados por los Reyes Católicos en 1492.

No estaba en vigor, puesto que había sido una medida temporal, de tan sólo seis meses, pero pudo servir para que de alguna forma Sanz Briz pudiera "estirando mucho la norma con las autoridades húngaras" según García-Bañon, sacar a unos pocos judíos, 200, aunque añade que es cierto que, en octubre de 1944, cuando todo estaba a punto de terminar, el ministro de exteriores José Lequerica -que había sucedido a Gómez-Jordana- recibió la instrucción de Franco de "colaborar en la evacuación de judíos a España después de que el embajador español en Washington, Cárdenas, se viera sometido a presiones por parte de EE UU a través del Comité Judío", la prueba está en un telegrama de Lequerica a Sanz Briz cuya copia muestra.

En este sentido, cabe destacar que además de Sanz Briz, otros funcionarios de exteriores españoles, tal y como recogió en una exposición la pasada primavera el propio ministerio, ayudaran en otros países a proteger y evacuar judíos en peligro.

Pero la labor de Ángel Sanz Briz excedió la pura fórmula diplomática, como clarifica José García-Bañón: "pronto los primeros pasaportes se extendieron a todas los miembros de una familia, después a los que tuvieran algún familiar sefardí, por último a todo aquel que se podía. Briz acogió en su casa a refugiados, estableció lugares seguros extendiendo la cortina de protección de la legación española y acudió a los hospitales de la Cruz Roja reclamando como españoles a algunos de los que estaban allí alojados".

Hasta mediados de los 80, con el reconocimiento del Yad Vashem, la historia permaneció en el anonimato para el gran público. "En España Franco hablaba de la conspiración judeomasónica, el Holocausto aún no había sido tan difundido, pero mi padre tuvo contacto con algunos de los que salvó como los hermanos Vandor y tenía amigos judíos en otros países". Ahora, su historia es célebre, una película de TVE en 2010, El Ángel de Budapest retrató su epopeya, se han hecho homenajes en Israel, Hungría y en España, en su ciudad natal, Zaragoza, pero la historia pública fue esquiva con su labor por las razones de estado que como funcionario de la diplomacia él mismo defendió hasta sus últimos días en la embajada de la Santa Sede.

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