El ignorado estudio de 1826 que tumbó la leyenda negra de que España exterminó a esclavos en América


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El ignorado estudio de 1826 que tumbó la leyenda negra de que España exterminó a esclavos en América

08 Febrero 2021
El ignorado estudio de 1826 que tumbó la leyenda negra de que España exterminó a esclavos en América - Fundación España Eficiente y Global

 A pesar de su férrea postura antiesclavista, Alexander von Humboldt tuvo que rendirse ante la evidencia de las estadísticas recogidas en su viaje al viejo continente en cuanto al número de africanos sometidos por la Corona española y el trato recibido por los indígenas, «infinitamente más favorable» que el de otras potencias.

«Por virtud de un prejuicio muy generalizado en Europa, hay la creencia de que se han conservado en América muy pocos indígenas de tinte cobrizo. En la Nueva España, el número de indígenas se eleva a dos millones, contando únicamente los que no tienen mezcla de sangre europea. Y lo que es más consolador aún, lejos de extinguirse, la población india ha aumentado considerablemente durante los últimos cincuenta años, como lo prueban los registros de la capitación y los tributos».

 

Quien escribía estas palabras no era precisamente sospechoso de regalar los oídos a los imperios coloniales europeos en lo que respecta al trato que dieron a los indígenas tras el descubrimiento de América. Es más, su constante militancia contra la esclavitud, entre finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, le granjeó una gran cantidad de enemigos en la Corona española, la corte de Berlín y el gobierno de Napoleón Bonaparte. Pero Alexander von Humboldt (1769-1859) lo tuvo claro durante su largo viaje de investigación por los actuales terrotiorios de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Cuba, México y Estados Unidos, entre 1799 y 1804, donde llegó a la conclusión de que si Europa hubiera visto con otros ojos la riqueza que había en la diversidad cultural del viejo continente, «habría encontraría soluciones a la guerra, la opresión y la abominación de la esclavitud», aseguraba a la BBC, hace un año, la historiadora de la ciencia Laura Dassow Walls.

 

Lo que nadie pone en duda hoy es que aquella expedición transformó nuestra visión de la naturaleza, hasta el punto de que algunas ideas fundamentales del ecologismo actual se alimentan aún del trabajo del famoso naturalista y geógrafo alemán. La prueba de su legado es que, 250 años después de su nacimiento, su nombre es el que más lugares, accidentes geográficos, plantas y animales del mundo tiene en su honor. Pero lo que nos interesa aquí son sus sorprendentes (y más desconocidos) estudios sobre la esclavitud en América, que tumbaron ya hace doscientos años la leyenda negra difundida contra España sobre el trato que dio a los esclavos y el número de ellos que tenía en sus dominios.

 

Contra la esclavitud

Como advierte Humboldt en su «Ensayo político sobre la isla de Cuba» (1826), él solo quiso «explicar este fenómeno y precisar sus conceptos mediante comparaciones y ojeadas estadísticas». Y así, con todos los datos recogidos durante sus cinco años en América, escribió la prédica liberal más importante contra este fenómeno en el mundo atlántico durante el siglo XIX. Tan mal sentó que John S. Thrasher suprimió el mencionado capítulo en su traducción de 1856, pues atentaba contra uno de los pilares de la economía europea, lo que llevó al autor a protestar enérgicamente en público.

El origen de su investigación se encuentra en la revolución de Haití, después de que los esclavos de las plantaciones de la región de Acul, al norte de Saint-Domingue, se levantaran en 1791. Aquella revuelta que culminó el 1 de enero de 1804 con la proclamación de la primera república negra de la historia, justo cuando Humboldt regresó a Europa de su larga estancia en América, le dio mucho que pensar. El impacto fue tan fuerte que, en 1807, se suprimió en Gran Bretaña el comercio de africanos con sus colonias. En España se intentó cuatro años después. Según cuentan Marieta Cantos, Fernando Durán y Alberto Romero en «La guerra de pluma: sociedad, consumo y vida cotidiana» (UCA, 2006), el diputado José Guridi Alcocer pidió en las Cortes de Cádiz «un plan para abolir la esclavitud, la regulación de que los hijos de esclavos fueran libres desde su nacimiento o, en su caso, abonarles un salario para que pudieran comprar su libertad a la larga», pero se encontró con fuertes críticas de los diputados cubanos y el problema no se resolvió.

 

Cuando los antiguos esclavos, ahora soldados y oficiales de un ejército independiente, proclamaron la independencia de Haití en 1804, Humboldt todavía no tenía escrita ni una palabra en sus diarios sobre este importante acontecimiento. «A pesar de ello, cuando fue a Venezuela en 1799 ya era enemigo de la esclavitud. Y aunque no escribió nada sobre los esclavos, sí hizo una larga excursión a las plantaciones de sus conocidos oligarcas esclavistas y atendió a los debates de la élite sobre el mejoramiento tecnológico de la esclavitud. Además, en La Habana conoció al Adam Smith de las economías de plantación de América, Francisco de Arango y Parreño, quien había realizado algún estudio comparativo previo. El alemán, sin embargo, necesitó más tiempo y empezó a a escribir sobre rebeliones, conspiraciones, esclavos y esclavitud hasta su segunda estancia en Cuba en 1804», comenta Michael Zeuske en su artículo «Alexander von Humboldt y la comparación de las esclavitudes en las Américas» (Universidad de Colonia, 2005).

 

«El mayor de los males»

Es aquí donde llegan las sorpresas cocinadas a fuego lento por Humboldt a la luz de sus estadísticas. «Si se compara Cuba con Jamaica, el resultado parece estar a favor de la legislación española y de las costumbres de los habitantes cubanos. Estas comparaciones demuestran, en esta última isla, un estado de cosas infinitamente más favorable a la conservación física de los negros y a su concesión de la libertad», apunta Humboldt en su «Ensayo político sobre la isla de Cuba», publicado veinte años después de su viaje a América, cuando la esclavitud no solo seguía sin ser erradicada, sino que florecía en todo el Caribe. «Sigue siendo el mayor de todos los males que han atormentado a la humanidad», asegura.

 

Uno de los resultados más importantes del trabajo de Humboldt es su amplio y detallado análisis de la población india y negra en la sociedad colonial hispanoamericana. Con respecto al primer grupo, según explica el director del Centro de Investigaciones hispanoamericanas de la Universidad de París X, Charles Minguet, en su artículo «La América de Humboldt», nuestro protagonista «logró barrer un montón de errores acumulados durante siglos por los escritores de la Leyenda negra, que habían derramado torrentes de lágrimas sobre los Indios, sin haber visto nunca a un solo representante de ellos».

«Los datos que da Humboldt son estadísticos —añade— y, gracias a ellos, la Europa culta y ensordecida durante todo el siglo XVIII por los gritos de horror de los indianistas lacrimosos se entera de que existen, en las posesiones españolas de América, 7,5 millones de Indios y 5,5 de mestizos. Es decir, un total de 13 millones de indios y mestizos o mulatos, que representan el 80% de la población total de Hispanoamérica. Estas cifras significan que, a finales del siglo XVIII, la población amerindia había alcanzado o sobrepasado la cifra supuesta en vísperas de la Conquista».

 

Negros, esclavos y mulatos

Con respecto a la presencia de población negra en la América española, Humboldt también ofrece, en palabras de Minguet, datos «muy detallados, serios y completos» que provocan sorpresas a los defensores de la Leyenda Negra. De estas estadísticas, el profesor de la Universidad de Paris X deduce los siguientes puntos:

 

1) Entre 1800 y 1820, de los 6.443.000 negros (esclavos y libres) de toda América, la América española tiene solamente 776.000. El número de los esclavos representa solamente el 4% de la población total de Hispanoamérica y no el 8% como han pretendido. Es decir, entre 500 y 550.000 esclavos en una población de 15 millones de habitantes, poco más o menos, mientras que en las Antillas francesas e inglesas, la proporción era de 80 a 90% y en los Estados Unidos del 16%.

 

2) Los esclavos transportados a la América española representan solamente la decimoquinta parte del número total transportado durante tres siglos por los países europeos.

 

3) En las colonias españolas, los esclavos manumisos eran mucho más numerosos que en otras partes: 18% en Cuba, 3% en América del Norte, 10% en las Antillas inglesas. El hecho se debe a la costumbre que tenían los dueños españoles de dar la libertad a sus esclavos por testamento.

 

4) En Cuba, la población libre, entre blancos, negros y mulatos, representaba el 64% de la población de la Isla en 1820.

 

5) Y si examinamos la legislación negrera española, sobre todo el Código Carolino de 1789, notamos que se aleja mucho del catálogo atroz de tormentos, suplicios y mutilaciones previstos en los códigos de Francia e Inglaterra de la misma época. Sin duda, sabemos que, a menudo, no se aplicaban en las colonias todas las disposiciones legales dictadas en la metrópoli. «Pero reconozcamos con Humboldt que la moderación de los textos, las costumbres y la influencia de la religión permitieron un trato más humano. Y que todos esos elementos contradicen los prejuicios europeos que atribuían a los españoles abusos y crímenes cometidos por otros», concluye Minguet.

 

«La esclavitud no fue una institución española»

Nuestro protagonista, dada su posición antiesclavista, no tenía por qué blanquear la política de España con respecto a la esclavitud en sus territorios americanos, sobre todo en una época en la que la mayoría de las sociedades europeas estaban preocupadas por si la situación de Haití podría tener consecuencias en sus colonias y en «su» comercio de esclavos. Y, de hecho, no lo hizo, porque se granjeo enemigos en España muchos enemigos por su intransigente posición contra este fenómeno, a pesar de los muchos argumentos que escuchó por parte de los propietarios de esclavos.

 

Algunos críticos han querido ver en su análisis sobre España en América que la corona financió parte del viaje de Humboldt a América, pero lo cierto es que su posición antiesclavista en todos los territorios —incluidos los españoles— fue creciendo durante su expedición. Y aún así, «para él la esclavitud no fue una institución española, sino una institución de las élites locales, es decir, de los criollos. La observaba dondequiera, también en lugares donde no se espera esto, como por ejemplo en Ciudad de México», añade Zeuske.

 

El viajero prusiano descubriría que la legislación negrera española estaba muy lejos de los suplicios y atrocidades previstas en la legislación francesa e inglesa. Para Humboldt, las causas principales del trato más humano recibido en los territorios de España se encontraban tanto en los textos legislativos como en la influencia de la religión y las costumbres sociales. Y viene a reconocer que la realidad contradecía los prejuicios europeos, que atribuían a los españoles abusos y crímenes cometidos por otros.

 

Tal y como defiende Juan Sánchez Galera en «Vamos a contar mentiras» (Edaf, 2012), y mal que les pese a los seguidores de la propaganda antiespañola, los monarcas hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias a un ejército de maestros y curas. Frente a quienes presentan a los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo como crueles genocidas, el historiador afirma que Leyes de Indias que reglaron la vida en aquellas colonias supusieron el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos. «Los indios, fuera de ser unos desposeídos, son propietarios de pleno derecho de aquellas tierras que trabajan, y del rendimiento de las mismas pagan un tributo o servicio a su encomendero, quien a su vez tiene obligación de protegerlos y cristianizarlos. Como toda institución humana, la encomienda dio lugar a ciertos abusos, y en contados casos, incluso degeneró en una especie de esclavitud encubierta», defiende.

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